Crónicas de Ciencia

Capítulo 7: El Inodoro de Cumming y el Impacto Urbano de Las Pandemias

Episode Summary

En 1775, el relojero y matemático Escocés, Alexander Cumming patentaria el inódoro “S-bend” -llamado así por su forma de S- o sifón. Esta solución sería el inicio de una serie de revoluciones en sanidad que buscaban evitar que las Pandemias como el cólera, continuaran con su constante recurrencia, iniciando así el camino hacia nuevos materiales y cambios urbanos que impactan hasta hoy en nuestras ciudades.

Episode Notes

En 1775, el relojero y matemático Escocés, Alexander Cumming patentaria el inódoro “S-bend” -llamado así por su forma de S- o sifón. Esta solución sería el inicio de una serie de revoluciones en sanidad que buscaban evitar que las Pandemias como el cólera, continuaran con su constante recurrencia, iniciando así el camino hacia nuevos materiales y cambios urbanos que impactan hasta hoy en nuestras ciudades.

Episode Transcription

En 1775, el relojero y matemático Escocés, Alexander Cumming patentaria el inódoro “S-bend” -llamado así por su forma de S- o sifón. Esta solución sería el inicio de una serie de revoluciones en sanidad que buscaban evitar que las Pandemias como el cólera, continuaran con su constante recurrencia, iniciando así el camino hacia nuevos materiales y cambios urbanos que impactan hasta hoy en nuestras ciudades, como fue este camino…los vemos hoy en Crónicas de ciencia…

A principios del siglo XIX, Londres se alzaba como la ciudad más poblada del planeta con cerca de 3 millones de personas. El crecimiento de la población seguía un ascenso exponencial, lo que provocaba que en algunas zonas de la metrópoli, sobre todo en las de menor poder adquisitivo, convivieran decenas de personas en un mismo hogar. Existía, por tanto, un sobrepoblamiento, lo que a su vez, y como pueden imaginarse, también se traducía en ingentes cantidades de desperdicios humanos. 

Todos estos deshechos iban a parar a numerosos pozos negros ubicados en los sótanos de las casas, pero el elevado precio para vaciarlos provocaba que en muchas ocasiones estos pozos terminasen desbordando y filtrando su contenido hacia los desagües callejeros, que tan solo estaban pensados para recoger el agua de la lluvia. El chelín que costaba vaciar los pozos era una cifra que el londinense medio no podía permitirse. El resultado fue la total desatención del saneamiento, con las consecuentes filtraciones y reboses hacia los desagües callejeros (destinados únicamente a recoger el agua de lluvia) que ello conllevaba.

Además, en la primera mitad del siglo se introdujeron, solo en los hogares mas adinerados, los primeros inodoros, cuyos desperdicios también iban a parar a estos pozos negros, lo que aumentó, si cabe, todavía más su contenido. En 1815 se permitió que estos deshechos fueran reconducidos al Támesis, a donde también iba a parar una gran cantidad de basura generada en la ciudad.

Los primers inodoros habían fracasado hasta entonces por el problema del olor: la tubería que los conectaba a la alcantarilla, y que permitía que la orina y las heces fecales se descargaran, también servía de conducto para que el mal olor fluyera en la otra dirección a menos que hubiera algún tipo de barrera hermética.

En este sentido la solución de Cumming era simple: doblar la tubería. El agua reposa en la parte honda impidiendo que el mal olor suba. Descargar el inodoro recicla el agua.

Mientras que hoy hemos pasado del S-bend al U-bend, los inodoros todavía siguen la misma lógica creada por Cumming.

La proliferación de esto vino muy lentamente. En 1851, los inodoros de descarga eran todavía una novedad, tanto que generaron un interés masivo en la Gran Exhibición de Londres donde por primera vez se expusieron productos manufacturados de todo el mundo.

Lo más curioso de todo es que las clases más altas pudieron contar desde 1830 con agua corriente en sus casas gracias a un sistema de tuberías que bombeaba el agua desde el Támesis a diferentes partes del ciudad. De esta forma, los residuos llegaban a las aguas del Támesis de manera indiscriminada para, más tarde, ser bombeados de nuevo a los hogares. Es aquí donde empezaron las enfermedades.

El cólera, una enfermedad venida de India de la que apenas se tenía conocimiento, empieza a extenderse por las calles londinenses, causando la muerte de casi el 50% de la población londinense. Al principio se asoció la enfermedad con las clases bajas pero tras la muerte de personalidades adineradas se llevaron a cabo diferentes estudios que afirmaron que esta dolencia se transmitía a través de los vapores del aire, los que se conocían como los “Miasmas” Así pues, se determinó que los causantes del cólera eran los malos olores que desprendían los pozos negros, por lo que se decretó su vaciado inmediato…al Támesis. Como se mencionó, el agua de las casas era bombeado desde el propio Támesis por lo que la situación a nivel sanitario no solo no mejoró, sino que lo que se consiguió a mayores fue que el río que cruza la ciudad estuviera a rebosar literalmente de deshechos humanos.


En 1855 el científico Michael Faraday, Advertía en El diario The Times por el estado del Támesis “En pocos años, una temporada de calor nos dará una prueba triste de la insensatez de nuestro descuido"

 

Así ocurría cuando en el caluroso verano de 1858, las temperaturas de más de 30ºC hicieron que el distintivo aroma del río Támesis -durante siglos usado como vertedero de desechos humanos, animales e industrias- invadiera Londres y obligó a los miembros del flamante Parlamento a tomar finalmente medidas "para la purificación del Támesis y el drenaje de la metrópoli". Este episodio fue lo que se conoción como “El Gran Edor de 1858”.

 

La ciudad vivía una situación dramática que se complicó con la caprichosa intervención de la naturaleza. Ya sabemos que la cuestión climática es una de las que más nos preocupa hoy en día, no en vano contamos con celebraciones como la del Día de la Tierra y cumbres para tratar de frenar el impacto que la acción del ser humano genera sobre el planeta, pero los cambios en lo que a temperaturas se refiere se han dado desde siempre. Entre 1570 y 1700 se produjo una sucesión de inviernos más fríos de lo habitual que terminaron por conformar lo que hoy en día se conoce como la Pequeña Edad del HieloEn 1858 Londres vivió la otra cara de la moneda, con un verano inusualmente cálido y seco.

 

Se esperaba que la lluvia mitigaría el nauseabundo hedor, pero esta se hizo esperar demasiado. Cuando llegó, semanas después, las autoridades decidieron que era el momento de llevar a cabo un proyecto que habían desechado en varias ocasiones por su elevado coste: la creación de una red de alcantarillado públicoJoseph Bazalgette fue el ingeniero tras el que se esconde la creación del primer sistema de saneamiento de aguas de la ciudad de Londres, un suceso que solo ocurrió ante el miedo a que una situación como la del Gran Hedor se repitiese. La puesta en marcha del proyecto permitió la limpieza del Támesis, mejoró la calidad de vida de los londinenses y puso fin a las epidemias de cólera que asolaron la ciudad causando la muerte de cientos de personas.

 

Los parlamentarios británicos de entonces también prevaricaron, pero finalmente, cuando actuaron, no vacilaron. ¿Cómo se explica esto?

Quizás se trata de un capricho de la geografía: el parlamento británico está ubicado a las orillas del río Támesis.

 

Los funcionarios trataron de escudar a los parlamentarios de la Gran Pestilencia, empapando las cortinas del edificio con una solución de cloruro de cal a fin de contrarrestar la hediondez.

 

Pero fue inútil. No importa cuánto trataron, los políticos no pudieron ignorarlo. El diario The Times contó, con gran satisfacción, que los miembros del Parlamento fueron vistos abandonando las instalaciones, "cada uno con un pañuelo en la nariz".

 

En 1854, con un Londres ya nauseabundo y asediado por una tercera epidemia de cólera (las anteriores habían sucedido en 1831 y 1848), el médico John Snow descubrió que la enfermedad era transmitida por el agua contaminada tras un brote en el Soho. Su estudio incluía a 70 trabajadores de una cervecería local que solo bebían cerveza y no habían enfermado.

 

Snow realizó un mapa con las víctimas y los emplazamientos de donde bebían el agua, observando así dónde se encontraba la fuente de origen del brote: en Broad Street. Incluso demostró como gente que había muerto que vivía alejada de la fuente había bebido agua traída por familiares desde allí.

 

Snow alertó a las autoridades con los datos que había recopilado, pero su idea pasó desapercibida en un primer momento. Con los cuerpos amontonándose, urgía encontrar una solución.

 

 

 

La solucion de la red de alcantarillado Joseph Bazalgette  a este problema, buscaba  "la reducción misericordiosa de la epidemia" de la enfermedad más temida, el cólera, que afectaba a ricos y pobres y para la que no había cura. Y lo cumplió: en 1866 la mayor parte de Londres se salvó de un brote de cólera que afectó solamente a quienes vivían en la única zona que faltaba por conectar a la red.

 

La solución del ingeniero era la siguiente: construir de forma paralela al río 83 millas (134 kilómetros) de alcantarillas principales subterráneas de ladrillo para interceptar la salida de aguas residuales domiciliarias, y otras 1.100 millas (1.800 kilómetros) de alcantarillas en la calle para interceptar las aguas residuales crudas que fluían libremente por las calles y las carreteras de Londres. Para calcular las dimensiones, asignó a la mayor densidad de población una producción de residuos muy elevada, y cuando obtuvo el diámetro de las cloacas dijo: “Bien, sólo vamos a hacer esto una vez y siempre hay imprevistos”, y duplicó el diámetro de los tubos. Si no lo hubiera hecho, las alcantarillas se hubieran desbordado en 1960. Bazalgette había pensado la infraestructura para adaptarse a un crecimiento de la población de un 50%.

 

También incluyó la construcción de diques que estrecharon el cauce del Támesis y dotaron de mayor velocidad al caudal, dejando espacio para el metro y los conductos de gas. Con el volumen de tierra extraído en la operación, unos 2,5 millones de metros cúbicos, se hicieron otras obras urbanas, como paseos y parques.

 

Las salidas de las redes se desviaron a los desagües de Barking (al norte del Támesis y al sur Crossness, considerada en su epoca como la capilla sixtina del saneamiento y tratamiento del agua, Combinados, enviaban el efluente río abajo, y de ahí al mar. 

 

Crossness en su época, atrajo a visitantes de todo el mundo y representó la idea de una  urbe más limpia y saludable, y con menos olores, un ejemplo que se replicaría despues en varias ciudades del mundo.

 

Con ello, Bazalgette consiguió su objetivo: eliminar el olor de la ciudad y sin ser su propósito, también el agua sucia.

 

Ese logro fue una feliz casualidad pues el plan se fundamentó en un error científico.

 

La idea era librar a sus residentes de lo que se creía era la causa de la enfermedad y la muerte: el "diabólico olor" que expedía el agua y no las bacterias que vivían en ella.

 

La teoría miasmática afirmaba que las enfermedades venían del aire tóxico (miasma), pues contenía partículas de materia en descomposición suspendidas que producían un vapor viciado, el cual causaba la dolencia.

 

Aunque con el tiempo fue refutada, "la teoría del miasma fue la gran transformadora del espacio urbano, más que la comprensión de la enfermedad bacteriológica"

 

Así entre los materiales que escogen para evitar enfermedades “el bronce” era una opción preferida en ámbitos privados y públicos pues se creía que tenían propiedades antimiasmáticas. Hoy en día, se sigue estudiando pues parece que en ciertos casos proveen una superficie no apta para los microbios.

 

Por ella, el trazado hipodámico o de cuadrícula, que había sido abandonado en la Edad Media, fue recuperado, pues facilitaba la introducción de sistemas de alcantarillado.

 

Esa organización de las ciudades que hoy nos es tan familiar, con calles que se cruzan en ángulos rectos y forman manzanas cuadradas o rectangulares, se volvió la opción predilecta, pues adquirió un nuevo significado.

 

"Así como las baldosas y el bronce, que eran muy apreciados por ser considerados antimiasmáticos, el trazado hipodámico o trazado damero, no era un invento nuevo. Lo que pasó fue que los invistieron con propiedades antiepidémicas".

 

Y las calles, rectas o curvas, fueron cubiertas con adoquines, "en gran medida por la lógica sanitaria, pues esos gases tóxicos que infectaban a los humanos no solo flotaban en el aire sino que podían quedar atrapados en objetos o paredes o superficies, que los absorbían y luego los liberaban”

 

"Así se Creía que ael doquinando las calles creaban una especie de piel para la ciudad"de manera de evitar que esos gases toxicos retenidos en el suelo volvieran a ser resuspendidos.

 

No solo en las calles: las paredes de las casas eran recubiertas, revestidas y barnizadas para que tuvieran un escudo protector. Las grietas provocaban terror.

 

"Los cementerios fueron mudados a las afueras de las ciudades, pues se pensaba que el miasma venía de los cadáveres en putrefacción.

 

"Y así ciudades que durante siglos habían estado amuralladas tumbaron sus fortificaciones para abrirle paso al viento".

 

Una de ellas fue Barcelona.

 

 

Ese fue el clamor de los barceloneses a mediados del siglo XIX, cuando los 187.000 habitantes de la próspera ciudad industrial vivían confinados en los 2 km² que rodeaban los centenarios muros.

Barcelona se estaba sofocando, el hacinamiento empeoraba la severa falta de higiene en la ciudad y las epidemias eran devastadoras.

 

Finalmente, en 1844, las murallas empezaron a caer y, poco después, el gobierno de Madrid, para el disgusto de los arquitectos catalanes, le encargó a un desconocido ingeniero llamado Ildefons Cerdà la reinvención de la ciudad.

 

Sin las murallas limitándolo, el ingeniero tenía a su disposición espacio y en él se propuso crear una ciudad que facilitara el bienestar, que ayudara a reducir las altas tasas de mortalidad y mejorar la salud de los habitantes.

 

Para lograrlo, hizo estudios que lo llevaron hasta a calcular el volumen de aire que una persona necesita para respirar correctamente.

 

Tras concluir que entre más estrechas eran las calles, más muertos había, optó por ensancharlas, para darle paso al viento y abrirle el camino a los rayos del sol.

 

Lo mismo estaba haciendo Georges-Eugène Haussmann, un funcionario público que recibió el título de barón del emperador Napoleón III, con quien trabajó en la ambiciosa renovación de París y que le dio a la ciudad, entre otras cosas, sus hermosos y amplios bulevares.

 

Fue otro de los grandes proyectos a gran escala de la época que incorporó propósitos sanitarios, y nos dio algunos de los aspectos de las ciudades que más disfrutamos, como los jardines y espacios abiertos en los cuales descansar y recibir el sol y aire libre, medicinas para una variedad de dolencias que incluían "la peste blanca" o tuberculosis.

 

 

La teoría miasmática dominó el discurso sanitario durante siglos y tardó en ceder ante la nueva teoría de los gérmenes del contagio biológico, producto de los descubrimientos por Louis Pasteur y Robert Koch de los microorganismos como las causas de la enfermedad, que pusieron en evidencia la vida microbiana omnipresente.

 

Pero poco a poco el miasma se fue evaporando y "cuando la bacteriología entró en juego y se logró la identificación de vectores específicos -como el mosquito-, la intervención empezó a ser más enfocada".

 

"Con la malaria o la fiebre amarilla, se trataba de drenar pantanos o evitar tener superficies en las que se pudiera acumular agua".

 

La transmisión de la malaria en Estados Unidos se eliminó a principios de la década de 1950 mediante el uso de insecticidas, zanjas de drenaje y el increíble poder de los mosquiteros en las ventanas y puertas.

 

Como el polvo, las ratas pasaron a ser de una molestia -un animal siempre presente que se comían los alimentos y destruían cosas- a una aberración.

 

"Las ratas solían ser consideradas libres de enfermedades. Pero cuando se descubrió su vínculo con la peste bubónica, se desató una guerra global contra ellas”.La tercera epidemia de esta peste, mató a 12 millones de personas en los 5 continentes entre 1855 y 1959.

 

Para la década de 1920, ya había una aplicación muy sistemática de medidas a prueba de ratas, como el cambio de estructuras en casas privadas y edificios públicos, para evitar que pudieran entrar o anidar.

 

"Eso implicó mucho concreto, mucho metal y también ajustes para impedir que escalaran las edificaciones… hasta les ponían obstáculos, pero las ratas son muy inteligentes y los obviaban, así que era una lucha constante".

 

Los cimientos de las edificaciones tenían que ser de concreto, pues las ratas cavaban para entrar por debajo de ellos.

Antes no habrías intervenido una vivienda existente para cambiarle los cimientos, pero tras el descubrimiento científico, las autoridades sanitarias lo ordenaban y los gobiernos daban incentivos para que se hiciera".

 

"Fue una transformación global de la materialización del espacio construido que habitamos".

 

Las Pandemias han transformado nuestro espacio urbano y sobre todo nuestra forma de habitar y lo seguirán haciendo……